Vie. Sep 29th, 2023

Nasarre, la atalaya solitaria del Somontano

Blasa Palacio con sus nietos Sergio y Belén

Los exploradores franceses que se adentraron en los confines de la Sierra de Guara hace ya más de un siglo se quedaron ensimismados con los encantos que albergan estos parajes. A lo largo de sus escarpadas montañas y de una densa vegetación se desperdigan un puñado de aldeas. Por desgracia, casi todas ellas, después de una historia milenaria, se encuentran actualmente deshabitadas y en proceso de convertirse en un montón de escombros y ruinas.

Es en este incomparable e idílico marco, a 1.191 metros, donde se erigen los restos de la localidad situada a mayor altitud de todo el Somontano: Nasarre. Situada en un altozano amesetado, entre las agrestes cuencas de los ríos Alcanadre y Mascún, hasta esta atalaya, en la que actualmente reinan el silencio y el olvido, podemos llegar principalmente desde tres puntos: ascendiendo desde Bara; partiendo desde Rodellar, con la posibilidad de visitar el dolmen de Losa Mora; o, en una ruta más larga, desde Las Bellostas.

La primera documentación histórica de Nasarre se remonta al año 1035, puesto que aparece citada en el Cartulario de San Úrbez. En 1646 contaba con 4 fuegos, que se redujeron a 3 vecinos en 1713. Ya en 1857 figura como aldea perteneciente a Rodellar y entonces contaba con 32 habitantes. Actualmente, se incluye en el vasto municipio de Bierge, aunque anteriormente perteneció al extinto municipio de Rodellar.

A lo largo del siglo XX, Nasarre mantuvo una población estable superior a los 30 habitantes (en 1900, 30; en 1910, 37; en 1920, 33; en 1930, 33; en 1940, 32), aunque desde 1950 ya no figura en el Nomenclátor de población.

Nasarre es una aldea que cuenta con tres casas: Campo, Español y Laliena o Aliena, que se articulan en torno a una plazuela y dos calles, una en dirección a la iglesia y la otra hacia las eras. Hoy en día, las casas tienen una apariencia fantasmagórica y se encuentran en un estado de ruina muy avanzado, además de engullidas por una asfixiante maleza.

La distribución de las casas seguía las normas de la arquitectura tradicional del Alto Aragón y, en concreto, de la zona del alto Alcanadre. Así, por ejemplo, las dependencias de casa Laliena eran amplias con dos salas, cocina, siete u ocho habitaciones, cuadras, falsas, patio y bodega. En esta última estancia, se situaba la fresquera y en la falsa se colocaban arcones en donde se guardaban las carnes curadas en sal y en tinajas las conservas en aceite. Asimismo, las tres casas estaban provistas de horno de pan y de pozo, aunque, como no había luz eléctrica, se alumbraba con candiles de carburos y de aceite. Aparte, casa Laliena contaba con lavadero. No obstante, también se lavaba antiguamente en la balsa O Pozallón, al lado de esta última casa. Hasta tres generaciones vivían en las casas de Nasarre, pero, a tenor de la tradición altoaragonesa sobre la herencia, en una familia de, por ejemplo, cuatro hijos, tenían que emigrar tres.

Por otro lado, dentro del núcleo urbano, merecen también atención los restos de lo que fue la herrería, que hasta fechas recientes mantuvo la fragua. Igualmente destacable es la inscripción que se puede apreciar en la dovela clave de casa Campo, en la que se puede leer “Pedro Campo. Año 1770”, acompañada de una preciosa flor. Otros elementos son las bordas, situadas al oeste, que todavía se mantienen en un estado aceptable, y la fuente, o más bien manantial, situada en el campo O Pozo, al que se puede acceder mediante una escalera cuando estaba más seco en verano.

Ante tanta desolación y ruina, el elemento que, sin duda, se conserva mejor y que presenta mayor interés es la iglesia románica dedicada a San Andrés, declarada Bien de Interés Cultural (BIC). El templo se encuentra apartado del núcleo en dirección hacia Otín. Su construcción data del siglo XI, aunque se reformó durante el XVII, y se encuadra dentro de las denominadas iglesias de estilo serrablés. Por fortuna, fue restaurada por el Gobierno de Aragón en 1999, lo cual evitó un más que posible desplome. Se trata de una iglesia construida en obra de sillarejo y conformada por una nave de planta rectangular y ábside semicircular. Algunos de los detalles que sobresalen son el friso de baquetones, la puerta dovelada y la torre que se eleva junto a la cabecera. En el interior, se conserva una gran pila bautismal y un pequeño resto de la pintura original. Solamente se oficiaba misa cuando había entierros, bodas, comuniones y para la fiesta del pueblo. De hecho, la última boda en Nasarre fue en casa Laliena a finales de los años 1950.

Dentro de la emigración del medio rural que se produjo con especial incidencia a partir de los años 50 del siglo pasado, Nasarre quedó deshabitado en apenas dos años: entre 1962 y 1964. Los primeros en marchar fueron los de casa Campo, les siguieron los de casa Español y, finalmente, casa Laliena cerró sus puertas para siempre en 1964. Todos ellos pusieron rumbo definitivo a Barbastro. El nacimiento de Cristina Laliena Palacio el 15 de diciembre de 1961 fue el último que se produjo en Nasarre, donde vivió los tres primeros años de su vida.

Varios fueron los factores que propiciaron el abandono de Nasarre. En primer lugar, el cierre de la escuela resultó determinante: “Nos fuimos porque nos quedamos sin maestra”, nos relatan los descendientes de casa Laliena. Otras causas fundamentales se debieron a las duras condiciones de vida sujetas de forma extrema a la meteorología que dificultaba el día a día. Así, por ejemplo, las nevadas copiosas, como la que, a principios de 2021, padecimos por la borrasca Filomena, eran habituales desde diciembre a febrero. A ello hay que añadir: la dureza del trabajo, la carencia de abastecimiento cercano, malas comunicaciones o la falta de servicios de cualquier tipo, en especial de médico.

Debido al aislamiento y la falta de recursos y abastecimientos, la economía se basaba en la autarquía. La agricultura, sobre todo la siembra de trigo, ordio y patatas, y la ganadería ovina jugaban un papel fundamental para el desarrollo de la aldea. La subsistencia se completaba junto al corral con la cría de animales como gallinas, cabras, corderos, pollos, conejos, patos y cerdos. Además, se cazaban perdices, codornices y conejos, a la vez que se pescaba en el río Alcanadre. En el huerto plantaban tomates, cebollas, coles, acelgas, escarolas y patatas.

En cuanto al trigo, se molía en el molino que se halla en Bara, mientras que el agua para consumo se extraía de pozos. Había varias balsas de agua en el pueblo: una en donde se lavaba y otras dos, construidas de obra, para riego del huerto a partir del agua que se recogía de la fuente A Paúl.

Asimismo, eran las mujeres de las casas quienes hilaban la lana y tejían las prendas de vestir, mientras que para lavar sábanas hacían dos o tres grandes coladas al año. De esta manera, se colocaban capas alternas de ropa mojada, jabón disuelto y ceniza en un gran balde o cuezo. Así permanecía doce o catorce horas hasta que, al día siguiente, se llevaba a la balsa a lavar.

Rodellar, capital del valle homónimo, ejercía como punto de referencia para la actividad comercial de Nasarre. De hecho, gran parte de los suministros procedían de aquella población, muchos de los cuales se realizaban a través de trueque, pero también por medio de dinero. Cuando se necesitaba, de Rodellar subían el barbero, el sastre, el carpintero y el albañil, al igual que el cartero que se dirigía a Nasarre bastante a menudo porque entonces toda comunicación se llevaba a cabo por carta. En relación al médico, no había ni siquiera en Rodellar, así que en caso de urgencias era preciso bajar hasta esta localidad  (“dos horas en burro”) y allí se personaba el médico. Ante esta carencia, los habitantes de Nasarre recurrían a remedios caseros basados en hierbas: “se curaba como se podía”. Algunas de las más recurrentes eran la manzanilla y el tomillo. Respecto a los partos, los asistían las abuelas de las casas.

Para adquirir otros productos como aceite se iba a Yaso y la compra de ropa para una boda o ajuares se acudía a Barbastro. En este sentido, era tradición bajar a la capital somontanesa para la feria de la Candelera. No obstante, algún vendedor se presentaba en Nasarre a ofrecer sus productos, como por ejemplo uno de Colungo, y un pastor llevaba los rebaños de las tres casas. Igualmente, quienes tenían oliveras marchaban a Bierge para moler las olivas. Por su parte, la Guardia Civil también subía desde Adahuesca una vez al mes y en cada ocasión se alojaban en una casa diferente, donde se les agasajaba con una comida especial.

Existía una profunda unión entre las tres casas de la localidad y, de este modo, la cooperación y la colaboración eran continuas en las diversas labores cotidianas: esquilar, la matacía o la asistencia en partos (“la abuela de mayor edad era la que ejercía de comadrona”). De la misma manera, las relaciones de Nasarre eran constantes y estrechas con todos los pueblos cercanos (Bara, Otín, Villanuga o Miz). Se basaban de forma preferente en la ayuda en todo aquello que fuera necesario durante las nevadas, las cosechas, la apertura caminos, el esquileo o las matacías.

Los habitantes de Nasarre, junto a otros muchos de pueblos de la zona, se dirigían todos los años en romerías al santuario de San Úrbez, en Nocito. Si se trataba de un año con mucha sequía, se congregaban para pedir lluvias al santo montañés.

Los niños de Nasarre, junto a los de otras aldeas como Letosa, San Póliz o Ballabriga, asistían a la escuela de Otín. Una vez cerrada, hubieron de ir a la escuela de Bara. Finalmente, cuando se clausuró esta también, se habilitó a lo largo de unos tres años en casa Laliena un lugar donde se instruía a alrededor de cinco niños. En aquellos años, carentes de juguetes, una de las diversiones que disfrutaban los niños era, durante la época de la trilla, ponerse encima del trillo como si fueran caballitos, lo cual “era una gran fiesta”. Por su parte, los adultos se distraían jugando a las cartas o conversando en la puerta de casa. También se contaban leyendas como la de la Losa Mora, según la cual, una mora que estaba hilando bajó la losa del dolmen en su cabeza desde un monte cercano a su ubicación actual.

La fiesta de Nasarre era el 30 de noviembre en honor a San Andrés, patrón del pueblo. Los festejos duraban tres días y en cada casa se mataba un cordero. Había pasacalles con orquesta y, a continuación, baile de vermut. Seguía de nuevo el baile por la tarde y por la noche, aunque generalmente los actos se realizaban de día. Si el tiempo era frío el baile se hacía en el salón de casa Español o de casa Laliena, donde llegaban a juntarse hasta 12 o 13 personas. La orquesta se prolongaba los tres días y sus integrantes se quedaban a dormir durante los tres días de fiesta. Uno estos músicos era Vicente Elvira Bielsa, saxofonista de Burceat. Asimismo, el cura también acudía para hacer una misa especial. Mucha gente de los pueblos de alrededor se encaminaba a disfrutar de las fiestas del lugar.

Además, se recuerda que durante la Guerra Civil e incluso años después de terminada la contienda, se guardaban jamones y conservas en las cuevas de O Paco y de O Reposte d’o campo A Valle para evitar que se los llevaran, ya que “pasaba gente en dirección a Francia por la noche y por el día los guardias paraban a almorzar”.

Por Alberto Gracia Trell * Queda prohibida toda reproducción sin permiso escrito del autor y del editor a los efectos del artículo 32 de la Ley de Propiedad Intelectual Por Ronda Comunicación – 2 julio 2021

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