Recomendación literaria de Izarbe Usieto
“La mala semilla” de Carlos Garcés es probablemente el documento más completo que se puede encontrar sobre la brujería en Aragón junto con los diversos textos del antropólogo Ángel Gari. El título del libro hace referencia a un debate sobre brujería del concejo general celebrado en Huesca, donde se hablaba de los casos de brujería que se desataban por el Reino de Aragón como una “mala semilla” que había que erradicar.
La mujer ha sido la gran odiada desde tiempos remotos, desde que Eva mordió la manzana hasta que Pandora abrió su caja, culpables infinitas de desatar los males de la tierra. Tan culpables que en el siglo XV tuvieron que cargar sobre sus hombros el peso de la una culpa injustificada, responsables de las malas cosechas y de la muerte del ganado, de las inclemencias del tiempo, víctimas de las tensiones políticas y el cristianismo severo. Nuestras antepasadas fueron, en resumen, víctimas mortales de una misoginia atroz.
Izarbe Usieto
En la baja edad media la hechicería se demonizó y la creencia de que existían personas que pactaban con el diablo para obtener poder y realizar el mal, se extendió. La inquisición se propuso erradicar las prácticas que supuestamente estos hechiceros practicaban (encantamientos, asesinato de niños, envenenamiento de ganado y cosechas, etc.). Los inquisidores alemanes Kramer y Sprenger escriben en 1948 el conocido Malleus Maleficarum, donde se hablaba ya de la existencia de brujas capaces de desatar estos males. A partir de aquí, una gran caza de brujas se desencadena en la Europa del siglo XV. En España fue Cataluña el lugar donde esta caza se cobró más muertes, ocupando Aragón el segundo lugar. Garcés recoge en su libro 120 nombres de mujeres altoaragonesas acusadas de practicar brujería, de las cuales concreta la historia detallada de 31 de ellas, aunque tristemente fueron muchas más.

Garcés empieza su libro intentando desmontar algunos mitos que existen en torno a la brujería, como la creencia de que era únicamente la inquisición quien acusaba y juzgaba a las mujeres por brujas, pues en realidad la mayor parte de ellas eran acusadas por la justicia ordinaria de los pueblos y las ciudades. Es una particularidad catalano-aragonesa el que la justicia local tuviera mas protagonismo que la propia inquisición en estos procesos, aunque como el mismo autor indica, no hubo apenas juicios por brujería en el resto de la Península Ibérica.
Por otro lado, el mito de que las brujas eran quemadas en la hoguera es una verdad a medias. En los casos llevados a cabo por la inquisición era una práctica habitual (también en algunos procesos de la justicia local, como el de Guirandana), pero la inquisición dejó de sentenciar a pena de muerte por brujería después de 1535 y el castigo mortal que utilizaba la justicia en el siglo XVI era principalmente la horca. Estas quemas y ahorcamientos tuvieron lugar en puntos señalados de la provincia de Huesca, como en el Cerro de San Jorge de la capital oscense, el Roero de Sent Roc en Laspaúles, la Catedral de Jaca o el palacio de la Aljafería, por entonces la sede de la inquisición aragonesa.

En los documentos analizados por Garcés se puede encontrar de qué se acusaba exactamente a estas mujeres. Varias fueron denunciadas por acudir a las Lannas del Boc para reunirse con el Boc de Biterna. El Boc de Biterna (nombre de un lugar que podría traducirse como el prado del diablo) aparece nombrado en varios documentos catalanes. Biterna aludía probablemente al nombre latino de la ciudad de Beziers, al sur de Francia, donde se celebraba el akelarre (palabra de origen vasco) y Boc sin duda refiere al macho cabrío. En otros documentos aragoneses las mujeres eran acusadas de acudir al akelarre en otro sitio: Las Eras de Tolosa (Tolousse). Que la caza de brujas en la península ibérica se haga más evidente en las regiones fronterizas con Francia (Navarra, Aragón, Cataluña) parece no ser un hecho casual. La inmigración Francesa al norte de Aragón entre los siglos XVI y XVII tuvo mucho que ver con la brujería. El temor de que entre estos inmigrantes se “colaran” las brujas hizo, por ejemplo, que una gran parte de los ajusticiamientos producidos en Huesca capital tuvieran como protagonistas a mujeres francesas como Beltrana la Gasca, Boneta o Juana Serís.
Otras muchas mujeres fueron acusadas de realizar envenenamientos, como Isabel Maza de Yaso, que fue acusada de envenenar a unos niños con unas uvas blancas. Otras tenían oficios tradicionalmente relacionados con las prácticas brujeriles, como sanadoras o parteras y sobre ellas se puso el punto de mira. Tal fue el caso de María Erubín, partera en Casbas, acusada por un vecino de bailar con el demonio (otro tipo de acusación habitual). Otras encantaban a los feligreses para hacerles ladrar en la iglesia, como es el caso de Narbona de Cenarbe, o se alimentaban de la carne de los cadáveres que profanaban en el cementerio, como las Aznar de Fago.
El único hombre del que se conserva un procesamiento por brujo en el Alto Aragón es Jimeno de Viu, que además era sacerdote. Jimeno fue encarcelado y aunque se desconoce si fue ajusticiado a muerte, confesó haber utilizado una poción de zumo de sapo, arsénico, verbena y otras hierbas además de haber cometido adulterio.
El “hito fundacional” de la brujería aragonesa lo protagoniza un documento redactado en 1495 por Alonso de Aragón para hacerlo llegar a varios pueblos de la ahora comarca de la Jacetania. Alonso aseguraba que en aquellos pueblos había hombres y mujeres brujos que mataban y hechizaban con malas artes, por ello proponía que en cada pueblo se eligieran procuradores y exigía que se iniciaran procesos contra estos “brujos”, dando inicio con ello a la persecución de la brujería en el Alto Aragón.

El proceso por brujería más antiguo conservado en Aragón (y casi también en España) es el de Guirandana de Lay (1461) de Villanúa. El segundo más antiguo conservado, este ya llevado a cabo por la inquisición, fue el de Narbona Darcal de Cenarbe (pueblo ya abandonado a escasos metros de Villanúa), además, este es el primer juicio donde se menciona al Boc de Biterna. Villanúa sufriría tres cazas de brujas más en 1574, 1575 y 1590, convirtiéndose en a localidad aragonesa con mayor número de muertes por brujería en Aragón.
Sin embargo en Laspaúles fueron 24 las mujeres condenadas a pena de muerte por brujas, pero no se trataba de una localidad sino de varias, un compendio de pequeños pueblos pertenecientes a un mismo concejo. Este acontecimiento es sin duda uno de los episodios más remarcables de la historia de la brujería aragonesa, una auténtica masacre. Después del asesinato del justicia de Aragón, en 1592 Antonio Pérez había intentado invadir en reino por el Valle de Tena. Tras enviar Felipe II tropas a parar la invasión, el condado de la Ribagorza es anexionado al reino. Esta inestabilidad política provocó una mayor presencia de la autoridad en la la zona y una mayor preocupación general que pudo desencadenar estos desgraciados sucesos.
El Valle de Tena también cuenta con una profunda relación con la brujería. De todos los casos estudiados en el libro, destaca el de Maria Sorrosal (1535), que fue ajusticiada estando embarazada. Este fue un caso desgarrador, pues su marido Juan Martón hizo a una comadrona sacar al feto del cuerpo sin vida de su mujer en el cementerio, feto que una procesión llevó en una bandeja hasta la casa del justicia de Sallent.
Los anteriores son solo algunos de los casos de las muchas mujeres que fueron ajusticiadas injustamente en el Alto Aragón. Hoy en día esta es una etapa de nuestra historia que desconocemos, pero este temor infundado a las brujas ha dibujado el trazado de nuestros pueblos, llenos de chamineras con espantabruixas, cardinchas en las puertas y ramos de ruda en las cuadras. Aún hoy podemos observar todos estos elementos y nuestra tradición oral revela un sinfín de leyendas relacionadas con las broxas o bruixas y los bruixones.

Nuestros valles, donde existían antiguos templos, donde se practicaban antiguos ritos, fueron víctimas de la censura de la cristianización y con ello perdimos nuestros saberes ancestrales. Tal vez estas brujas se resistieron a abandonar el conocimiento que las unía con el medio en un último esfuerzo por formar parte del ciclo perfecto de la naturaleza. Pero como indica Garcés, muchas de estas mujeres no eran sanadoras ni chamanas, eran simplemente mujeres y con ello ya sobraba.
La mujer ha sido la gran odiada desde tiempos remotos, desde que Eva mordió la manzana hasta que Pandora abrió su caja, culpables infinitas de desatar los males de la tierra. Tan culpables que en el siglo XV tuvieron que cargar sobre sus hombros el peso de la una culpa injustificada, responsables de las malas cosechas y de la muerte del ganado, de las inclemencias del tiempo, víctimas de las tensiones políticas y el cristianismo severo. Nuestras antepasadas fueron, en resumen, víctimas mortales de una misoginia atroz.
En Villanúa la tradición oral cuenta que las mujeres se reunían en las Cuevas de las Güixas a darse baños de luna para verse jóvenes y bellas. Justo en esa cueva existe una oquedad en el techo donde en unos días concretos la luna se coloca en el centro. A mi me gusta pensar que algunas de estas mujeres se reunían, a escondidas, para juntarse con sus amigas y evadirse por un momento del inferno que les supondría una sociedad profundamente violenta contra ellas, que estos “akelarres” se trataban realmente de espacios seguros, donde poder hablar, reírse y ser libre unas horas. Sea como sea, debemos guardar un hueco en el imaginario colectivo aragonés para estas “brujas”, homenajearlas y honrarlas conociendo y compartiendo sus tristes historias.

El libro «La mala semilla» puede encontrarse en estas bibliotecas.