Artículo publicado originalmente en http://amadeobarcelo.es/la-lengua-aragonesa-en-caspe
Si planteas dudas con Amadeo, acabas llevándote faina. Así sucedió el día en que me dejó un ejemplar de la primera edicición de Cuadernos de Estudios Caspolinos. En esa publicación, ¡de 1979!, aparece un artículo de Antonio Domingo Cirac titulado «El habla caspolina». ¡Un tesoro olvidado, creedme!
La motivación principal de esta entrada responde a esta pregunta: ¿Por qué empleamos palabras aragonesas en nuestro charrar como lifara, badil, carnuzo, esclafar, callizo, mesache…? Hace no mucho tiempo todavía eran más. Pero si alguien ha salido de Aragón habrá notado que no se entienden fuera.
Intentaré esbozar la respuesta citando el olvidado artículo del caspolino Antonio. También otras obras generales para explicar brevemente lo sucedido con el aragonés en Caspe, que es lo acaecido en el resto de zonas de Aragón no catalanoparlantes.
En año pasado, Tomás Faci publicó El aragonés medieval, un libro editado por la Universidad de Zaragoza en el que se pone de manifiesto que el aragonés fue la lengua vehicular del Reino de Aragón, charrada incluso por los moriscos. Va más allá: «la noción de lengua aragonesa estaba extendida tanto dentro del propio territorio, como también fuera». Es decir, que tanto los nativos como los foranos sabían que en Aragón se charraba aragonés.
¡También se hablaba fuera de Aragón! Con las repoblaciones de aragoneses y aragonesas la lengua se extendió más allá de nuestras fronteras. A finales del siglo pasado, los trabajos de Natividad Nebot en el País Valenciano supusieron un cambio de paradigma en la adscripción de expresiones aragonesas que, con anterioridad, se atribuían al catalán o eran expresiones que no se podían adscribir a ninguna lengua y se consideraban localismos.
Comienza el artículo de Antonio con una referencia a la lengua sobre la que va a trabajar: «El aragonés residual se viene arrastrando en Caspe con clara conciencia de inferioridad cultural y social». Esto que describe el autor caspolino es lo que los lingüistas llaman diglosia. El propio autor habla de las consecuencias: «Esta circunstancia ha sido muy negativa para la vida local, ya que hombres inteligentes y sensatos han enmudecido, ante el temor de hacer el ridículo por emplear palabras y expresiones incorrectas desde el punto de vista de la lengua castellana».
A lo largo de la Edad Moderna y Contemporánea se produjo un retroceso en favor del castellano que nos lleva hasta la situación actual en donde únicamente perdura un aragonés residual (excepción hecha en algunos lugares del Pirineo, Prepirineo y de los semontanos septentrionales). El proceso de castellanización avanzó en primer lugar en las ciudades y con un gradiente de oeste a este y de sur a norte.
Sin embargo, la lengua oral no se pierde tan rápido como la escrita (Anderson, 1993; p. 70) y más en tiempos en los que los medios de comunicación de masas y el sistema educativo universal eran inexistentes. Como prueba un botón: en el siglo XIX, en la redolada de Calatayud, todavía se encontraban numerosas palabras y expresiones en aragonés. Entre ellas la preposición “dica” (“hasta” en castellano), únicamente documentada hasta entonces en el Pirineo. ¡En pleno siglo XIX y en la zona centro-occidental!
Un siglo después, el bueno de Antonio Domingo Cirac documenta expresiones y palabras en aragonés en el habla de Caspe y, además, se lamenta de la traducción (fallida en algunos casos) de topónimos como Cau Vaca o Plan de l’aira. Reproducimos sus palabras, quejándose de lo absurdo de la situación y del problema que generaría traducir «todos los nombres no castellanos de la localidad: […] Boterón: brecha en la muralla. Callizo y cantón: callejón. Rigüela: acequia pequeña. Pallaruelo: pajar pequeño. El Saso: Llano [elevado] pedregoso. La Fireta. La feria menor. La Gabardera: El escaramujo…».

Continuando el trabajo que comenzaron Antonio Domingo Cirac y otras personas hemos replegado diversas palabras en Caspe y redolada que son propias de la luenga aragonesa, como si fueran esos fósiles que a los geólogos les permite comprender el pasado de la Tierra, lingüísticamente aportan luz sobre la lengua de nuestros antepasados (a tenor de las últimas investigaciones, no tan lejanos como se creía).
Veamos, a continuación, algunas palabras cuyo uso podría parecer exclusivo de Caspe, pero son habituales en el habla de numerosos lugares de Aragón (parad cuenta, reitero que también fuera de nuestro territorio, en aquellos lugares que se repoblaron con aragoneses y aragonesas). Como ejemplo, algo que parece tan caspolino como cambiar el sufijo de los árboles frutales (perera, almendrera, cerezera…) es un claro ejemplo de la lengua aragonesa. El campo se lleva la palma, porque muchos de los términos que hacen referencia al agro son palabras propias del aragonés: brazal, follarasca, algarchofa, alfalces, carbaza, forcacha, albergeña… Cuando vamos a escampar lagualera, nos ha dado la barrumba o barrumbada, o no decimos cubo de agua, sino una galleta de agua, también estamos charrando aragonés. Unos dientes con caries son unos dientes cucaos. En Caspe, al igual que muchos aragoneses, decimos: arguellao, zancochero, malfarchao, forigón, acaramullo, piazo, abadinao, cabezana, tedero, espuerta, escobar, remugar, sirrio, esbarre, cinglo, alcorzar, capuzar, galarcho, estorbar, estrenque, rebordenco, esbarizaculos, chandrío, clote, esbafau, tozolón, albarcas, rader, melico, picaraza, carnuzo, traste, badil, gustar (significando degustar)… Son todo aragonesismos. En ocasiones, hay palabras que no siempre están documentadas en todo Aragón, pero sí en ciertas zonas bien alejadas que, sin duda, tienen el sustrato común del aragonés (y evidencian que faltan estudios). Algunos ejemplos de vocablos usados en Caspe, pero también en otras zonas: Ir a volteras se usa en Uncastillo; Abadinar en Sobrarbe, Trasobares y Almudévar; Milorcho también se dice en Uncastillo, Luesia y Mas de las Matas; Sisampo en Andorra, Samper y Chiprana… Y no olvidemos que en Caspe todavía se oye decir jovenes, platano y pajaros, con acentuación llana. ¿Por qué? Quizá esté relacionado con que, en aragonés, la acentuación esdrújula es inexistente.
Reconozco que el título del artículo habría sido más exacto en pasado, porque lo que se charra hoy en Caspe es castellano con un aragonés residual. Permitidme un pequeño recuerdo para el paisano Antonio Domingo Cirac y la altura de miras y la rasmia que demostró en 1979, con una democracia no asentada.
A plantar fuerte.
Javier Martínez Aznar