En líneas generales, con la voz aragonesa pardina designamos a un conjunto compuesto por una casa, varios edificios auxiliares y campos de pasto, donde se desarrolla una explotación agropecuaria. Son unas pocas las que encontramos dentro de los límites de la actual comarca del Somontano de Barbastro.
Una de ellas es Bellanuga (también conocida en castellano como Villanúa), situada a mitad camino entre las localidades deshabitadas de Otín y Nasarre, en plena Sierra de Guara. Por tanto, podemos acceder hasta ella, entre otros itinerarios, desde cualquiera de esos dos núcleos, previo paso por Rodellar, Bara o Las Bellostas / As Billostas como puntos de partida.
En unos llanos de terreno seco y duro, la pardina se sitúa a unos 1.100 metros de altitud y perteneció al antiguo y extinto municipio de Rodellar, pero ahora se integra en el de Bierge. Las referencias históricas y documentales sobre Bellanuga son muy escasas. No obstante, según el investigador Adolfo Castán, se cita en 1285 como Villanúa de Serrablo. En cuanto a la población, figura en el censo de 1900 con un total de 14 habitantes.

Bellanuga está compuesta por una casa de grandes dimensiones y varias construcciones anexas, todas construidas en piedra, como bordas, pajares, corrales, hierbero y zolles, los cuales se conservan actualmente en mejor estado que la vivienda. En el exterior de esta última, destaca el dintel de la puerta con la siguiente inscripción: “Martín Lardiés año de 1870”. Pese al estado de ruina progresiva, todavía podemos contemplar algunas estancias como los bajos, las alcobas –con una cama de madera– o las cuadras.

Gracias al testimonio de Inés Lardiés, quien vivió durante su juventud en la pardina, conocemos cómo era la distribución de la casa, que es como sigue: en la planta baja se encontraban tres cuadras, un granero pequeño, la masedría, la saladera, el horno para hacer el pan, una arca para amasar y, tras subir tres escalones, la entrada a la bodega.
En la primera planta se hallaba la cocina, que incluía dos cadieras, tres mesas (una de las cuales se reservaba para el pan), un armario y dos ventanas que daban a la calle. Además esta estancia contaba con un comedor de verano, el cual comprendía una mesa, sillas y un colgador; dos habitaciones con puertas, un reloj de pared, la sala con el balcón, dos ventanas, la alacena de la vajilla, dos mesas (una a la entrada y otra en el centro) y las sillas, tres alcobas, una imagen de San Cornelio, la fregadera, el armario y una puerta que daba acceso al pozo, que recogía el agua del canalón del tejado y se utilizaba para múltiples usos. Asimismo, detrás de las alcobas, se localizaba otra dependencia tan grande como la sala, con tres arcas, dos cofres para guardar la mantelería y las mantas, dos tinajas de aceite, un gran guardacarnes y otras dos arcas (una para la conserva y otra para la sal). Fuera ya de la habitación, enfrente de las arcas, estaba la plega o ajuar.
Finalmente, en la parte superior se ubicaba el granero principal y la falsa, donde se guardaban trastos, canastos, cebollas, ajos e incluso carbón, aparte de las cinchas y los utensilios relativos a la lana como las madejas para tejer jerséis y calcetines.
Modernamente, la pardina de Bellanuga no disponía de ningún templo de culto, aunque antiguamente sí hubo una iglesia y un cementerio, hoy ya desaparecidos. Es por ello que sus habitantes iban a la misa que se oficiaba en la ermita de la Virgen del Barranco de Otín. No obstante, como hemos mencionado, en la sala de la casa había una imagen de San Cornelio, según nos relata Inés Lardiés.

Por otro lado, la siembra se basaba fundamentalmente en cereales, trigo, ordio y patatas. Para moler el trigo iban a los molinos de Bara y Letosa. En las labores agrícolas contaban con el trillo como herramienta principal y con aladros arrastrados por bueyes o burros. Según la temporada del año, en el huerto sobresalía la presencia de cebollas, tomates, patatas, coles o pepinos. Por su parte, los animales de corral eran cabras, conejos, ovejas y gallinas. Además, se mataban tres tocinos al año. Respecto a la caza, eran sobre todo las perdices y los conejos las piezas más apreciadas.
Ante la falta de la luz eléctrica, se alumbraban con candiles de aceite y carburo. Para ello se compraba un bidón de carburo en los almacenes Acín en Barbastro.
Una de las labores más arduas era la colada. Se solían hacer dos coladas al año: una en primavera y la otra en septiembre. Para llevarla a cabo era necesario el concurso de cinco personas. En una balsa debajo de la casa, denominada O Basón, se hacía el primer lavado. Seguidamente se colocaban las sábanas en cada canasto con una ropa gruesa que lo tapaba todo. El proceso seguía con la colocación de ceniza, el calentamiento de agua en un caldero y a continuación salía una especie de lejía. Se dejaba reposar y se llevaba a un arroyo, donde se daba otra jabonada y se aclaraba.
En otro orden de cosas, los niños de la pardina asistían a la escuela de Otín, construida en 1921, junto a los zagales de Nasarre, San Póliz, Letosa, Ballabriga y el propio Otín. Referente al ocio, los adultos de Bellanuga lo repartían entre jugar a las cartas, escuchar la radio o leer el periódico.
La fiesta de la pardina era en honor a la Virgen del Rosario y duraba dos días: 7 y 8 de octubre. La celebración era amenizada por los músicos Manolo y Eulogio de Abiego, y acudía principalmente gente de Otín y de Nasarre.
Por otra parte, a menudo el tiempo atmosférico era adverso, sobre todo desde mediados de octubre hasta Semana Santa, por lo que la manera de mitigar el frío era con el calentador y con bolsas de agua caliente.
En relación a los servicios, las tiendas más próximas se situaban en Rodellar. El herrero estaba en Otín y el carpintero, el barbero y el sastre en Rodellar. Desde esta última población el cartero subía todos los días. La peluquera, Paquita Allué Arnal, era de casa Cebollero de Otín, la cual iba con una maleta por los pueblos a cortar pelo y llegaba incluso hasta Matidero, Secorún o Nocito. En cambio, el médico, Rafael Soler Rodellar,
estaba en Adahuesca y el practicante en Rodellar. Por su parte, dos agentes de la Guardia Civil se acercaban dos veces por semana y se quedaban a dormir en la casa. De Labuerda venía un sopero y se hacían la sopa y la pasta en casa para todo el año.
Asimismo, en octubre iban a Barbastro para comprar todo lo necesario para la matacía. Del mismo modo, en la capital somontanesa compraban azúcar, arroz, especias, bacalao o latas de sardinas así como de telas para la confección de colchas y trajes. Para la adquisición del vino se desplazaban con cuatro o seis machos hasta Bespén. Para proveerse de sal acudían a Naval. En primavera se compraba la ropa de verano en Barbastro. Los desplazamientos se realizaban a pie o en caballería, dos horas, hasta Rodellar y desde aquí a la ciudad del Vero en autobús.
El 3 de febrero de 1966 se produjo el abandono definitivo de Bellanuga con la marcha de sus cuatro últimos habitantes: Enrique Lardiés Lloro, Inés Bellosta Cavero, Gregorio Lardiés Lloro e Inés Lardiés Bellosta. El motivo es evidente: se quedaron solos, pues el resto de núcleos cercanos estaban en proceso de vaciado total.
También debemos añadir la dureza de la vida en la pardina con la carencia de todo tipo de servicios como agua corriente, electricidad o incluso maquinaria.
Por último, queremos manifestar nuestro profundo agradecimiento a María Inés Lardiés por su testimonio recordando la vida en su querida Bellanuga y a Javier Pérez por su colaboración.